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Hablar pocas veces de la profesión militar es una de las pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas. (Del art. 14 de las RR.OO de las FAs)

08 septiembre 2024

CÓMO HEMOS CAMBIADO

Con 40 años de servicio, echo la vista atrás y pienso cuánto hemos cambiado o, mejor dicho, cuánto han cambiado las Fuerzas Armadas españolas. Han pasado cuarenta años y es natural que tantas cosas hayan cambiado tanto. Pero, si entendemos la evolución como un cambio hacia adelante y como mejora ¿realmente hemos evolucionado? Pues depende en qué.

De pollo en 1983

Sólo soy un aficionado a la historia que cuento vivencias, mis vivencias. Por eso este de hoy no pretende ser un artículo sobre datos históricos, sino un resumen de los principales cambios que he experimentado a lo largo de mi vida militar mientras iba acumulando trienios. Vida militar que, aunque parezca raro, aún me sabe a poco...

Siempre he odiado —esto no es delito de odio ¿no?— a los "dices tú de mili" cuyas montañas que subían eran más altas, las marchas más largas, las guardias más frías y las maniobras más duras. A mí, como al Fary, nunca me han gustado los hombres blandengues, y menos si de militares se trata, pero la vida cambia porque cambia la sociedad y la evolución, en este caso sí, ha hecho que el hombre cambie a mejor en general. ¿Somos actualmente más blandos que los soldados de los tercios o que los legionarios romanos? Pues seguro que sí; el ser humano se ha ido acomodando a las facilidades que le ha ido dando la vida y, gracias a Dios, ahora con una simple aplicación informática conseguimos en unos segundos lo que hace siglos hacía un tío duro galopando de punta a punta de España para portar un mensaje. Esto es evolución.

Muchos de estos cambios han sido irremediables y no podrían no haber existido porque han sido producto de la vida misma. No podemos achacar a nadie algunos cambios lógicos y naturales por mucho que no nos gusten, pero hay otros que han sido producto de empeños de mentes pensantes que, supongo, no eran conscientes del gran daño que iban a crear a la Institución. El Plan Bolonia o la suspensión del Servicio Militar y la plena profesionalización de la forma tan chapucera que se hicieron, por poner unos ejemplos.

Veo mi foto de 1983 y pienso en cuántos tipos de botas distintas he tenido desde las famosas y duras como ninguna Segarra de tres hebillas hasta las actuales de boy scout; o cuántos tipos de uniformes de instrucción con sus más que discutibles diseños según se iban pariendo ideas y con su indiscutible y progresiva pérdida de calidad en sus tejidos. O pensar en los Nissan Patrol y Aníbal que hemos sufrido mientras añoramos aquellos durísimos Land Rover 109 que no necesitaban ni llaves para arrancar y cuya única avería podía ser que cogieran aire, solventándolas los propios conductores purgándolos en unos pocos minutos; bueno, a la holgura del volante te acostumbrabas pronto. Y del CETME L... mejor ni hablar.



Si me pusiera a enumerar uno por uno todos los cambios que he visto producirse en estos años faltarían días para escribir tanto: armamento, vehículos, material, equipo, normativa, procedimientos, organización, planes de estudios, sistemas de alistamiento, justicia militar, etc. En todos estos campos y en muchos más este ejército de hoy se diferencia bastante de aquél que yo conocí. Pero no es mi intención hablar de armamento o de vehículos; mi idea es hablar de cómo hemos cambiado los militares y nuestras formas de pensar y, como consecuencia, de actuar.

En primer lugar, ¿ha habido cambios positivos que nos hayan hecho evolucionar? Muchos, no cabe duda (a veces, demasiados), sobre todo en cuanto a políticas de personal con cada vez más derechos, pero también en cuanto a la preparación estratégica de nuestros cuarteles generales saltando por encima de la preparación operacional en la que nos movíamos en aquella época, en cuanto a la optimización y control de los recursos, en cuanto al aprovechamiento de la nuevas tecnologías o en cuanto a la imagen pública de las Fuerzas Armadas, por poner unos pocos ejemplos. Pero sin ningún lugar a dudas, si en algo hemos evolucionado de verdad, ha sido en la seguridad del personal. A pesar de que es posible que se nos haya ido la mano y a veces seamos demasiado exagerados con las medidas de seguridad, sobre todo en instrucción y adiestramiento, creo que ahora se hacen las cosas con más preocupación por la prevención de accidentes que antes. Ya no ves algo que antes todos veíamos tan natural, como ir un montón de tíos en la caja de un camión sin ni siquiera asiento para todos y, por supuesto, sin casco. O viajar de Zaragoza a Hoyo de Manzanares en un viejo autobús caqui con las mochilas amontonadas sobre nuestras cabezas.




Si comparáramos el ejército del siglo XXI con el del XVI, por ejemplo, seguro que hay muchísimas más diferencias que serían consecuencia de muchísimos factores, pero comparándolo con el de hace cuatro décadas, estoy convencido de que el cambio en las formas de los militares y del cambio de vida cuartelera ha sido, sobre todo, consecuencia de la profesionalización de la Tropa tras la suspensión del Servicio Militar.

La primera consecuencia de la profesionalización de la tropa ha sido que el cuartel dejaba de ser la casa del militar para pasar a ser el lugar de trabajo; y no me refiero a casa como domicilio, me refiero a casa como hogar. Tan es así que las viejas cantinas, que se llamaban en casi todos lados Hogar del Soldado, han pasado a llamarse cafetería, como en el Corte Inglés. Fuera de las horas de trabajo ya no hay nadie en los cuarteles. Ya no se convive en los cuarteles. Y este es uno de esos cambios que eran irremediables y lógicos cuando las personas tenemos vida más allá de la militar.

Pero la profesionalización llegó más allá. Durante la época del Servicio Militar, existía una distancia entre mandos y soldados que ahora no existe, o la distancia es más corta. Hay que tener en cuenta que en aquellos años los soldados estaban haciendo la Mili entre 20 meses y 9 meses, dependiendo de la época. Las Fuerzas Armadas eran muy grandes y estaban completamente cubiertas sus unidades con numeroso personal de reemplazo. Este personal llegaba, servía y se licenciaba y así iban corriendo los llamamientos de cada reemplazo anual y los mozos iban pasando. Esto, junto a la falta de conocimientos sobre el Ejército de aquella tropa, no ayudaba al acercamiento.


Pero con toda prisa política hubo que terminar con la mili en 2001. Se aceleró el proceso de profesionalización, pero no se consiguió completar los efectivos para dotar a todas las unidades del personal necesario, a pesar de que mediante los planes META de los años ochenta y RETO y NORTE de los noventa, el Ejército de Tierra se había reducido casi a la mitad en cuanto a número de unidades. Hacía falta soldados. 

Desde 1986 ya había algunos profesionales, los Voluntarios Especiales, pero eran un porcentaje bajísimo y no había más de tres o cuatro por compañía. En 1990 nacieron los Militares de Empleo de Tropa Profesional (METP, los conocidos como los metopas) que paliaron un poco el número de soldados tras la reducción del Servicio Militar a 9 meses y tras la proliferación de objetores de conciencia. Poco antes de 2001 habían ingresado algunos argentinos y uruguayos de ascendencia española, pero también suponían un muy bajo porcentaje. Fue en 2002 cuando se empezó a ofertar plazas de forma multitudinaria para españoles, sudamericanos y guineanos en nuestros ejércitos; había que completar plazas y los españoles no estaban muy por la labor de ser soldados (aún reinaba la idea de mili entre los jóvenes y muchos preferían dejarse el pelo largo, fumar porros y beber litronas en un parque mientras hablaban mal de España). 

A pesar de que desde 2002 hasta 2009 se incorporaban once ciclos por año, hubo verdadera dificultad para completar las plantillas. En la mayoría de unidades hubo que cerrar compañías por falta de tropa y en los centros de formación —yo me encontraba entonces destinado en el Batallón de Instrucción Paracaidista— se nos presionaba mucho para que los alumnos no pidieran la baja voluntaria; en unos centros fueron más tolerantes con la comodidad de los alumnos para retenerlos de cualquier forma y en otros nos costaba más llevarles el desayuno a la cama —ya contaré un día por qué disolvieron el BIP—. Este nuevo criterio de instrucción la justa para que no se disparen en un pie duró unos cuantos años en los que primaba la cantidad sobre la calidad. 


Con estos mimbres había que trabajar día a día y, además, responder a las más y más exigentes misiones internacionales en las que el personal debía estar perfectamente preparado. Ahora ya lo tenemos más asumido en algunos sitios, pero en aquella época fue muy fuerte tener que ver a empresas de seguridad controlando los accesos de algunos cuarteles por falta de soldados para hacer guardias.

Aquella distancia que había entre el mando y el soldadito de reemplazo fue reduciéndose hasta que con el soldado profesional acabó por desaparecer. Este hecho no cabe duda de que fue una evolución y un cambio muy positivo pues se llegó a que todas las unidades vivieran un espíritu de unidad distinto al que estaban acostumbrados y que era el que ya desde siempre habían vivido las unidades con tropa semi profesional, como La Legión o la Brigada Paracaidista. Pero se cambió demasiado rápidamente de chip y se llegó a dar al soldado unas responsabilidades para las que no estaba preparado. En muchos casos se comparaba al soldado con el Guardia Civil aduciendo a la profesionalidad de los dos. Esto, si bien técnicamente era cierto, no lo era en la realidad, debido principalmente a lo expuesto anteriormente sobre la deficiente instrucción con la que llegaban a las unidades.

El caso es que esa positiva evolución que redujo la distancia entre el soldado y el mando originó en un contacto mucho más cercano que, como es lógico y natural, acababa en amistad en muchos casos. Esto no debería entenderse como algo negativo, sino todo lo contrario, pero el problema es que ese buen rollito impide en ocasiones ejercer la autoridad como se debe. ¿Y cuáles son estas ocasiones? Pues en las que ni el subordinado —ya no hablo sólo de tropa— ni el superior saben estar en su sitio. La cercanía entre oficiales y suboficiales ya existía de antes, pero no era óbice para que si uno tenía que corregir al otro, lo corrigiera. Sin embargo, con la profesionalización de la tropa sí he observado mucho que no fue así y derivó en un paternalismo y confraternización mal entendidos. Creo que se ha confiado tanto en la profesionalidad de todos, que se ha llegado a ser poco exigentes con las actitudes de los que fallan.

Cada vez cuesta más corregir a un subordinado. En muchas ocasiones no se corrigen las faltas, aunque haya superiores delante. El purismo en la aplicación de la disciplina se ha relajado y ahora ya se califican las faltas no en leves, graves o muy graves, sino en bueno tampoco es para tanto o en cómo le voy a llamar la atención si es mi conductor o, lo que es peor, en me da corte llamarle la atención.

Y este es el principal cambio negativo que he observado en estos 40 años en cuanto a las actitudes de los militares. El caso del párrafo anterior es anecdótico, pero se ha impuesto un estilo de mando en el que cuesta corregir, a todos los niveles. Se dictan normas que se incumplen sistemáticamente, sobre todo en policía y uniformidad, y aquí no pasa nada. Se incumplen procedimientos y hasta órdenes directas y nada va más allá de una simple, muy simple, amonestación verbal, salvo que las consecuencias sean ya demasiado graves.

Como ya dije una vez en mi publicación dedicada a los nuevos oficiales y suboficiales, el artículo del Cabo de nuestras antiguas Reales Ordenanzas, y el del Militar en en las actuales, es la esencia misma del ejercicio del mando: hay que hacerse querer por el subordinado y hay que ser graciable con él, pero no hay que olvidar que hay que ser firme en el mando y no disimular jamás las faltas.

Por último, no podemos olvidar la política de derechos del personal que, si bien algunos eran necesarios, se han generado tantos que al final tanto derecho va en perjuicio de la operatividad de las unidades. Es complicado ya para un jefe de unidad disponer de todo su personal. Días de descanso adicional, de descanso obligatorio, de descanso por preparación, asuntos propios, licencias, excedencias, bajas médicas, paternidades, maternidades, lactancias, reducciones de jornada y flexibilidades horarias sólo van en perjuicio de la operatividad de las unidades y, como consecuencia, de la del Ejército.