Datos personales

Hablar pocas veces de la profesión militar es una de las pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas. (Del art. 14 de las RR.OO de las FAs)
Mostrando entradas con la etiqueta VALORES. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta VALORES. Mostrar todas las entradas

06 julio 2025

EL UNIFORME MILITAR

El ya lejano 2 de marzo El Furriel escribió su último artículo. Han pasado más de cuatro meses en los que he estado muy ocupado. Entre la Cuaresma con sus innumerables reuniones y actos de mi cofradía, la vorágine de la Semana Santa cartagenera, las posteriores labores de mantenimiento de infraestructuras en casa, la mudanza y demás trabajos logístico-domésticos, sin olvidar la preocupante situación en la que se encuentra últimamente nuestra queridísima España, no he tenido mucho tiempo para sentarme tranquilamente delante del ordenador y seguir bombardeando con mis pensamientos sobre la Milicia a mis pocos pero leales lectores. Pues bien, amenacé con volver y aquí estoy de nuevo.

Durante este tiempo he pensado mucho sobre cuál sería el asunto del que hablaría aquí cuando volviera. El día a día da para mucho a la hora de recopilar ideas. El problema es que tengo que desechar muchas de esas ideas porque son temas delicados y uno tiene que morderse la lengua... al menos de momento. Al final acabo por volver a lo que inicialmente dio pie al nacimiento del Furriel, como exponía en julio de 2023 en el artículo NACE EL FURRIEL: explicar a los jóvenes militares cosas que ya no se explican en las academias, su porqué, conductas que se han perdido y otra serie de aspectos derivados de la experiencia tras cuarenta años de servicio a España vistiendo el uniforme militar.

Y es, precisamente, el uniforme militar el que ha sido el tema elegido para este regreso. Ya sabe quien me conoce profesionalmente la importancia que siempre le he dado a la uniformidad y por ello, un compañero y, sin embargo, amigo me envió el otro día una foto que sabía que me "encantaría". Tuve que verla con detenimiento varias veces para comprobar que no se trataba de la policía local de un pueblo pequeño ni de una empresa civil; se trataba del programa semanal de una compañía del Ejército Español firmado por su capitán en el que figuraba "revista de traje de gala".

¡¿Traje?! Amosaver, funcionario; un traje es lo que usan los civiles, los militares usamos uniforme. Se llama u-ni-for-me, joé. Es nuestra segunda piel y nuestra seña de identidad ante los ojos de la sociedad a la que servimos. Con tu deficiente forma militar de hablar, vístete con traje —de luces o de lagarterana, lo que prefieras— y deja el uniforme para quienes seguimos sintiéndonos orgullosos de ponérnoslo cada mañana y, aunque llevemos cuarenta años haciéndolo, tememos que llegue el inevitable momento en el que tengamos que colgarlo en el armario y guardarlo como nuestra más preciada reliquia. Si quieres seguir sirviendo a la Patria con las armas, ponte con orgullo un uniforme, no un traje. Si prefieres un traje, en Amazon hay sitio.

Soy consciente de que este capitán no es el único que llama habitualmente traje al uniforme; a mí me duele la boca de decírselo a muchos militares, pero una cosa es decirlo de forma informal y otra muy distinta es plasmarlo en un documento oficial. También soy consciente de que se dice sin saber porque está demasiado generalizado que se deja de usar la tradicional forma de llamar a las cosas sin que nadie lo corrija. Si nadie enseña a los jóvenes, ellos no van a aprender por sí solos el porqué de las cosas.

Aunque no adorna el vestido al pecho, el uniforme es, o debería de ser, una cuestión primordial en cuanto a su carga mística y moral en un ejército que se viste por los pies. No, no se trata de que sea la más primordial de las cuestiones que afectan a los ejércitos, pues no lo es ni de lejos, pero sí de que sea algo lo suficientemente importante como para no dejarlo olvidado nunca, o casi nunca.

Los militares somos un grupo de personas que tenemos vocación de servicio a la Patria y trabajamos para la más alta responsabilidad que puede tener un español: la defensa militar de España. Otros sirven de otra manera —no menos importante en muchos casos— pero nos distinguimos de ellos por el uso de un uniforme militar que es casi nuestra propia piel y nos identifica ante la sociedad a la que servimos. De ahí su importancia. De hecho, son varios los artículos sobre uniformidad en los que he hablado sobre ella.

Todos conocemos los versos de Calderón de la Barca en los que resta importancia a la forma de vestir del soldado.

Aquí la necesidad
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mayor calidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho,
no adorna el vestido al pecho,
que el pecho adorna al vestido.

Sí, unos bonitos versos muy acertados y llenos de mensaje, pero que en parte pierden su valor cuando se sacan del contexto en el que se escribieron. Calderón escribió esto en el siglo XVII, cuando las tropas no disponían aún de un uniforme que identificara a los ejércitos o a sus unidades. En esa época el soldado español se identificaba por una seña roja —carmesí, más concretamente—, ya fuera un brazalete, una cinta en el sombrero, una faja o una banda, como ya lo escribí en el artículo FAJAS Y BANDAS. Cada uno se vestía con la ropa que tuviera y que, según su poder económico, era más o menos vistosa. Era la época en la que la vestimenta era más cursi, e incluso afeminada, cuanto mayor fuera el estatus social y económico de ese hombre y los ejércitos no fueron ajenos a esas modas. En ese contexto tiene sentido lo escrito por Calderón, pero no se puede justificar la despreocupación por el uniforme con una idea de hace cuatro siglos, cuando éste ni existía. 

Tampoco actualmente es infamia la necesidad, pero en este asunto no hay necesidad. El soldado ya no viste como buenamente puede, pues se le proporciona el uniforme y, además, una ayuda mensual para paliar los gastos de vestuario, aunque todo el mundo sabe que nadie, absolutamente nadie, se gasta los casi treinta euros de la nómina mensual en ese concepto. 

Tenemos todos claro que en instrucción, maniobras y campaña el uso adecuado y correcto del uniforme pasa a uno de los últimos lugares en las prioridades del soldado, pero no debe pasar al último plano por ser poco importante, sino porque las condiciones de vida no son las adecuadas para tenerlo como si saliera del paquete del AVET. El uniforme, aunque sea en campaña, hay que mantenerlo en las mejores condiciones posibles porque, como ya escribí hace un par de años, la guerra no es miseria.

Llamar traje al uniforme demuestra una carencia total de significado moral para quien así lo nombra. No es de extrañar, por consiguiente, que se vea a militares con las pintas que llevan. Supongo que estamos de acuerdo en que los tallajes del PCAMI están mal, en las de los pantalones sobre todo. Si te llega largo, que es lo habitual, pues le metes dobladillo y listo. Es decir, te preocupas un poco por llevarlo en condiciones. Lo que no es de recibo es que te lleguen unos pantalones que podrían valerle a un tío diez centímetros más alto que tú y te los plantes como si nada pasara. Pues sí pasa, sí; que llevas unas ridículas pintas de Cantinflas.


Y lo que se ve en la siguiente foto en la que el protagonista colgó en sus redes sociales tan orgulloso de su innoble pinta, no requiere más comentarios. La imagen habla por sí sola.



En resumen, el uniforme es la segunda piel que acogernos los militares cuando ingresamos. El uniforme no es una seña de identidad personal, sino una seña de identidad de la colectividad del Ejército Español, de sus glorias y de los hombres que las consiguieron para España. 

El uniforme ha sido la mortaja de muchos héroes, démosle el respeto que se merece.


24 noviembre 2024

YA NO HAY HÉROES... NI LOS HABRÁ

 Un soldado pidió permiso a su teniente para adelantarse en el frente para rescatar a su camarada que había caído herido por el fuego enemigo. Su teniente no le autorizó porque su compañero ya habría muerto y no podía poner en riesgo una vida más. El soldado obedeció y volvió a su puesto, pero una fuerza interior le recomía: no podía abandonar a su camarada. Saltó de la trinchera y corrió hacia su camarada, lo recogió del suelo y echándoselo a la espalda, regresó con él a la posición. Al verlo llegar con el cuerpo ya sin vida de su compañero, el teniente le llamó la atención: te dije que no fueras, que estaría muerto; has desobedecido y has arriesgado tu vida sin necesidad. Entonces el soldado le contestó: cuando llegué aún vivía y antes de morir le dio tiempo a decirme "estaba seguro de que vendrías a por mí"

Esta historia, conocida en diferentes versiones, describe perfectamente al héroe. Pero realmente ¿qué es un héroe? Pues hay mucho escrito y muchas las definiciones y teorías sobre lo que es un héroe, pero podríamos resumirlas en esa persona cuya actitud, virtud o capacidad sobresaliente le hacen enfrentarse con valentía al peligro o a la adversidad en bien de otros, sin importarle sus propios riesgos. 

El concepto de héroe está íntimamente ligado al de honor, por eso a lo largo de la historia muchos héroes lo han sido porque su honor les llevó a actuar mucho más allá de lo que era su obligación. Nunca un héroe lo será si se limita a cumplir órdenes estrictamente, pues éstas tienen mucha parte de razonamiento y poca de alma, que es la que empuja al honor. Uno decide cómo actuar y actúa, pero el aséptico análisis de su acción se convertirá después en una Laureada o en un pelotón de fusilamiento, según cómo acabe la cosa. Cuando uno decide actuar escrupulosamente conforme a las órdenes, normas, tácticas, técnicas y procedimientos sin la más mínima capacidad de ejecución ni la más elemental libertad de acción y sin salirse ni un milímetro de lo estipulado, sin duda estará actuando de forma oficialmente correcta y nada se la podrá reprochar; será un buen cumplidor de órdenes y un gran disciplinado. Pero este tipo de personas jamás serán héroes. No se puede ser un héroe si sólo te limitas a cumplir lo que está escrito. 

Y no es que esté mal ser un exacto cumplidor de normas y demás literatura reglamentaria, pero hay ocasiones en las que tanto tu responsabilidad por el puesto que ocupas como por lo que tantos esperan de ti te obligan a tomar decisiones en cuestión de minutos. Para tomar la decisión de hacer lo que está escrito no hace falta todo un teniente general, por poner un ejemplo; es suficiente con tener a alguien que sepa leer e interpretar bien lo que está legislado. 

El cargo desempañado al alcanzar determinado empleo militar implica responsabilidad; mayor cuanto mayor es el empleo. Pero esta responsabilidad no se exterioriza únicamente con el estricto cumplimiento de lo que está escrito ni con la justificación de la nómina ante tus superiores, mucho menos cuando tus superiores son políticos, que nada entienden de estos valores de los que estamos hablando hoy.

La responsabilidad basada en el estricto cumplimiento de lo escrito no responde a ninguna capacidad de decisión, sino a saber leer, ser muy obediente... y poco más. La responsabilidad debe basarse en la disposición a asumir los riesgos derivados de una decisión, sean los que sean, y esas decisiones deberán estar guiadas por el sentido del deber, que no siempre está escrito.

El sentido del deber debe ser una de las líneas de acción del militar actuando como militar, que es por lo que cobra. Para mandar a unos miles de hombres a base de órdenes que no se salen ni un ápice de lo que está escrito —y más cuando está escrito por políticos— no hace falta ser, otra vez por ejemplo, teniente general. Mandar implica tomar decisiones y cuando éstas pueden no estar completamente recogidas en órdenes ministeriales, leyes y demás palabrería política, es cuando reviste verdadero valor el ejercicio del mando. 

La responsabilidad está íntimamente ligada al ejercicio del mando pues implica tomar decisiones a sabiendas de que pueden suponer el fin de tu carrera. Se decide actuar de determinada manera asumiendo toda la responsabilidad, para bien o para mal. Eso es mandar militarmente; lo contrario es ser un simple gestor de recursos humanos y recursos materiales. Y para evitar que la arbitrariedad o el error vayan unidos a la acción del mando sólo hay una fórmula: actuar con sentido del deber.

Pero claro, habrá que entender qué es el sentido del deber. Para ello no debemos circunscribirnos a reglamentos, sino que debemos abrir la mente hacia algo más grande, la verdadera esencia del Ejército reflejada en sus Reales Ordenanzas, escritas por militares para militares con una gran alusión a  nuestros valores.

Según rezaban las Reales Ordenanzas de 1978, la razón de ser de los Ejércitos es la defensa militar de España, pero también las de 2009 nos obligan a los militares a poner el máximo empeño en preservar la seguridad y bienestar de los ciudadanos en supuestos de grave riesgo, catástrofe, calamidad u otras necesidades públicas, esforzándose en que la rápida intervención de las Fuerzas Armadas suponga una respuesta eficaz que infunda confianza y tranquilidad a la población.

Pongamos un ejemplo de lo que es actuar con sentido del deber. Imaginemos que, en un lugar próximo a una base militar, se produce un incendio en el que el fuego está cercando a las viviendas próximas. De ellas salen despavoridos los vecinos para alejarse del peligro. La brigada alojada en esa base tiene personal y medios que rápidamente podrían salir en ayuda de la población civil para preservar su seguridad, pero el jefe de esa brigada pierde el tiempo preguntando a su Estado Mayor qué dicen las normas sobre cómo intervenir o a quién debe pedir permiso para actuar. En ese tiempo el presidente de la comunidad autónoma pide ayuda al Gobierno de España, la Ministra de Defensa da la orden de intervenir al JEME y así hacia abajo llega por fin la orden de intervenir al jefe de la brigada, pero ya es tarde; el incendio se ha cobrado más de doscientos muertos... En este ficticio ejemplo ya sólo habría faltado que el general hubiera declarado a la prensa que su brigada estaba preparada, pero que estaba esperando órdenes.

Todo muy reglamentario y con un estricto cumplimiento de los protocolos de actuación ante estas emergencias naturales. Una gran muestra de disciplina, pero hay más de doscientos muertos.

Este ejemplo, aunque parezca que es una exageración y que jamás podría darse, sería una muestra de no actuar con la responsabilidad de tomar decisiones adecuadas para el cumplimiento del deber. ¿Qué deber? El de preservar la seguridad y bienestar de los ciudadanos esforzándose en que la rápida intervención de las Fuerzas Armadas suponga una respuesta eficaz.

Está claro que el Ejército se rige por el exacto cumplimiento de las órdenes, pero ante situaciones extremas es cuando surge el héroe cuyo honor le empuja a actuar con rapidez para alcanzar las más altas misiones que tienen encomendadas las Fuerzas Armadas. Luego ya veremos cómo se justifica esto, pero de momento, se actúa.

Por eso ya no hay héroes, ni los habrá. Cada vez más se está configurando un estilo de mando de gestores de grupos de hombres, cuyo éxito profesional viene definido por actuaciones que no se salen ni un milímetro de lo que está escrito en normas y procedimientos. ¿Esta falta de capacidad de ejecución es la base del tan manido últimamente mando orientado a la misión? ¿Este es el tipo de líder que queremos? Pues eso, que ya no hay héroes... ni los habrá.

No hay mayor recompensa que la satisfacción del deber cumplido, pero siempre con honor. Qué bonito debe de ser que te recuerden por tu gran sentido del deber. No me acuerdo de nadie a quien recuerden por haber sido un estricto cumplidor de órdenes —bueno, a algunos sí se les recuerda, pero no precisamente como ejemplo de nada bueno—.

Qué pobre habría sido la historia militar de España si siempre se hubiera actuado con tan poco sentido del deber y del honor. 

Termino con la famosa frase del Alcalde de Zalamea: Al Rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios.


Los héroes del Baler.

 


4