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Hablar pocas veces de la profesión militar es una de las pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas. (Del art. 14 de las RR.OO de las FAs)

26 noviembre 2023

LA MÚSICA MILITAR (I)

El pasado 22 de noviembre se celebró el día de Santa Cecilia, Patrona del Cuerpo de Músicas Militares, por lo que esta semana El Furriel quiere hacer su pequeño homenaje a estos disciplinados y desapercibidos soldados que, además, son músicos. Y qué mejor para hablar de los músicos militares que hablar de la imprescindibilidad de la Música Militar.


Echando la vista atrás, a los orígenes, nos tenemos que remontar a los comienzos de la más elemental historia bélica en la que las señales acústicas eran el vehículo transmisor de órdenes para avisar de la presencia del enemigo, para reunirse o para atacar. Más tarde la melodía unida a la palabra proporcionaba al guerrero una forma de exteriorizar sentimientos de alegría por la victoria o de identificación de un ideal. Finalmente la música también ha servido al soldado para lograr el acompasamiento del paso de tal forma que los desplazamientos de tropas fueran de forma ordenada y uniforme, es decir, de forma militar. 

De una manera muy general se podría definir la Música Militar como una combinación armónica y rítmica de sonidos destinada a estimular la disciplina del cuerpo, así como a despertar en el alma la vibración patriótica y los sentimientos guerreros —Ricardo Fernández de la Torre. Historia de la Música Militar de España. Publicaciones de Defensa—. 

La faceta de proporcionar la posibilidad de desfilar es la que parece que la define en la actualidad, aunque de una manera muy simplona, ya que, además de las marchas de desfile, todo el repertorio de canciones que se cantan en las unidades militares, incluidos los himnos, así como los toques de ordenanza, son Música Militar. También canciones cuarteleras no oficiales como la ya en desuso Margarita se llama mi amor, la versión española de Lili Marlen o la legionaria Pobrecitos maridos infelices pueden, y deben, ser consideradas parte de la Música Militar de España.

La historia de la Música Militar ha pasado por muy diferentes etapas, desde los primeros usos de rudimentarios instrumentos de percusión, pasando por instrumentos de cuerda de carácter no demasiado guerrero hasta, incluso, la supresión de los tan militares tambores en la I República Española. Sí, aunque parezca mentira, los tambores estuvieron prohibidos en los ejércitos de España desde 1873 hasta 1892. ¡Veinte años sin tambores! Ni la Música Militar se ha escapado de sufrir las absurdas arbitrariedades a las que, desgraciadamente, estamos tan acostumbrados los militares españoles.

¿Y en la actualidad? Pues en la actualidad sobrevivimos con una escasísima existencia de unidades de música ya que la Música Militar se ha relegado a la rendición de honores y paradas, y teniendo en cuenta la poca importancia que se da ahora a conseguir la excelencia en los actos militares, viendo lo que se ve por ahí, es normal la tan pequeña presencia de unidades de música. Ni siquiera a los toques de ordenanza reglamentarios se les da la relevancia que tienen. ¿Cuántos jóvenes soldados conocen y saben qué significa el toque de Llamada, el de Fajina —sí, fajina se debe escribir con jota—, el de Retreta, el de Generala o el de Asamblea? Es más, ¿en cuántos cuarteles ya no se oye por megafonía ningún toque de ordenanza?

A principios del siglo XX había, sólo en el Ejército de Tierra, más de cien bandas de música; cada regimiento y batallón independiente tenía su banda de música. Bandas que, además, estaban mandadas por unos magníficos directores de entre los que sobresalieron reconocidísimos compositores de gran talla en distintos géneros musicales. Actualmente, según dice el Portal de Cultura de Defensa, sólo hay veintiséis unidades de música, sumando las de los tres ejércitos. Incluso las bandas de guerra se han visto tan mermadas que ya sólo existen a nivel brigada y, en muchos casos, ni pueden llegar a cumplir dignamente sus cometidos por falta de personal lo que lleva, en más ocasiones que las deseadas, a tener que usar música enlatada a través de la megafonía.

El problema es que el reducidísimo número actual de unidades de música  no es proporcional al número de actos oficiales en los que se requiere la participación de la Unidad de Música, por lo que nuestros magníficos Músicos Militares tienen una gran carga de participación en cuantos  saraos se organizan en el ámbito de las FAs. Y, a pesar de ello, nunca se quejan —al menos los de las unidades de música que yo conozco—. Cumplen magníficamente y de sobras con las exigentes agendas que tienen y, sin embargo, parece que no se les reconoce su labor tanto como se merecen; quiero decir que pocas veces se habla de la participación de los músicos en una parada militar, parada que sería una ruina si no fuera, también, por la respectiva Unidad de Música y, en su caso, Banda de Guerra. ¿Alguien se imagina un acto de La Legión con música enlatada?


En mis destinos en la Fuerza siempre me ha gustado felicitar a los músicos tras un acto o, incluso, tras un simple ensayo. Siempre me ha parecido admirable su disciplina, su buen hacer y su silencio a pesar del sonido de sus instrumentos. Para mí sus actuaciones son siempre muy brillantes, muy disciplinadas y muy abnegadas —nunca alcanzaré a entender, por ejemplo, qué nivel tienen los músicos legionarios que son capaces de soplar sus instrumentos mientras desfilan a 160 pasos por minuto—. Son la viva imagen del nunca se sabrá de mis hazañas por mis propios labios...

Feliz Patrona y muchas gracias.

19 noviembre 2023

ANECDOTARIO (III)

Pues ya estamos en la tercera entrega de este Anecdotario; vamos, batallitas de toda la vida. Según van pasando los días voy recordando muchas anécdotas vividas en primera persona en algunas ocasiones o de las que fui testigo en otras. De momento no estoy contando casos que me han contado otras personas, pero quién sabe si algún día...

Y entrando en materia recuerdo el caso de las paletas (dientes) del Cabo H. El Cbo. H. era un Auxiliar de Instrucción del Batallón de Instrucción Paracaidista que llevaba las dos paletas postizas. Era un tipo muy disciplinado y buen cumplidor de sus obligaciones, cualidades que le llevaron a perder las paletas en el barro cuando una noche de maniobras, tras oír la voz de alarma, salió tan apresuradamente de la tienda de campaña para formar al pelotón que tropezó con un viento y calló de bruces al suelo. Un instante después salíamos un sargento y yo de la tienda modular próxima y nos encontramos al Cbo. H. a cuatro patas buscando sus paletas entre el barro, sin éxito, por supuesto. 

Tras la alarma, cuya única finalidad era sacar de los sacos de dormir a los alumnos, se trataba de dar un golpe de mano al vivac y el Cbo. H. simulaba que era el equipo de cobertura, que llevaría teóricamente dos ametralladoras MG. Según habíamos convenido en el ensayo de por la tarde, en el momento convenido el Cbo. H. comenzaría a pegar unos potentes silbidos, simulando que las ametralladoras estaban cantando, señal para que el equipo de asalto forzara la entrada en el vivac con la cobertura de las ficticias ametralladoras, pero nada ocurrió. Un silencio sepulcral y todos, cada uno en su puesto, esperando a que el cabo silbara. Pasados unos segundos, que me parecieron minutos y que fueron suficientes para que me cogiera un cabreo descomunal, me fui corriendo hasta donde se encontraba y, tras preguntarle y contarme por qué no silbaba, le dije que por qué no gritaba, por ejemplo, RA TA TA TÁ o FUEGO, FUEGO, FUEGO, o lo que fuera, a lo que me respondió, como buen cumplidor que era, "que se le había ordenado que silbara, no que gritara nada". En ese momento, adivinando la expresión de mi cara en la oscuridad,  el cabo empezó a gritar RA TA TA TA TÁ y, por fin, se pudo atacar el vivac con el sonido de fondo de alguna que otra carcajada. Está claro que sin dientes no se puede silbar y sin iniciativa las cosas suelen salir mal.

Lo que le sucedió al Cbo. H es una de esas cosas del directo de las que es difícil prever que te van a asegurar el fracaso, como lo que le ocurrió a un ranchero tras un apretón de vientre. Última noche de maniobras en San Gregorio y, como no existía aún la actual Zona de Espera, estaba mi compañía instalada frente a la Paridera del Santísimo cuando ese campo de maniobras aún era un paraíso por el que te  podías mover con total libertad, podías poner explosivo donde te diera la gana y podías realizar todas tus necesidades donde te apeteciera con la única condición de tener un simple zapapico y un poco de intimidad. 

Hacía frío y los sargentos nos metimos en la tienda de la cocina ARPA donde el sargento 1º auxiliar de la compañía dirigía la elaboración de la cena. Uno de los rancheros, que vestía mono de trabajo verde, pidió permiso para salir pues le estaba apretando la tripa y salió corriendo. Al rato volvió y empezamos a oler tan mal que decidimos salirnos de la tienda porque preferíamos el frío que tan insoportable peste. El sargento 1º echó al ranchero de la tienda y, al girarse éste para salir, comprobó que llevaba manchada toda la espalda del mono. Resulta que, debido a la prisa que llevaba se quitó la parte de arriba del mono para dejar al aire la blanquecina zona del cuerpo donde termina la camiseta y se puso en cuclillas para cumplir tan urgente misión. Terminó y se volvió a poner la parte de arriba del mono sin darse cuenta de que el interior de la espalda tenía una gran ensaimada que había caído ahí porque, al quitárselo, no lo había recogido, quedándose en el suelo sobre el que fue a parar la materia evacuada del interior de su angustiado cuerpo. 


Y es que hay prendas a las que a uno le cuesta acostumbrarse, como me ocurrió a mí cuando llegué destinado a La Legión en mi primer destino de Oficial. Salía de tomar café en la Residencia de Oficiales para dirigirme a mi compañía —entonces se trabajaba por las tardes— y al salir por la puerta me cubrí con el chapiri mientras bajaba las escaleras exteriores poniéndome las manoplas a continuación. En ese momento giró la esquina del edificio el Comandante X. (actual General X.) y, con esa voz enérgica y ese semblante que impresionaba, me dijo "mi alférez, en La Legión los oficiales nos ponemos las manoplas en el interior del edificio y en el marco de la puerta nos cubrimos"; era mi primer chorreo legionario. 

Como el Cte. X. era el G-2 de la Brigada de La Legión, pasaba frecuentemente de inspección por el Cuerpo de Guardia y, cuando el plantón estaba un poco acarajotao, daba la voz de ¡GUARDIA EL COMANDANTE! cuando éste ya había entrado hasta la cocina y, de esa manera, el Oficial de Guardia se encontraba frente a él poniéndose el gorrillo y con las manoplas en la mano, con el consiguiente chorreo del comandante. Por eso, algún  que otro teniente y alférez cuando entraban de Oficial de Guardia, permanecían en el despacho con las manoplas puestas hasta que el Cabo de Barreras les informaba de que el Cte. X. había salido ya de la base hacia su casa. Desde aquel primer chorreo, siempre que me he puesto las manoplas me he acordado del entonces Cte. X, por muchos años que hayan pasado.

Pero una cosa es acostumbrarse mejor o peor a algunas prendas específicamente militares y otra cosa es no tener ni idea de qué es realmente el uniforme que se tiene. A un militar eso no le ocurre, pero sí a algún civil, como, por ejemplo, el que llamó por teléfono hace unas semanas al Museo Histórico Militar de Cartagena diciendo que quería donar un uniforme de Capitán General. El Subteniente del museo le hizo unas cuantas preguntas para saber de qué tipo de uniforme era, época, ejército, etc y, tras unos minutos de conversación al final el hombre contestó que se trataba el uniforme de capitán general ¡de su primera comunión!


Y luego están los que saben qué es un uniforme y equipo, pero no tienen claro su uso. Siendo alumno en la Academia General Militar íbamos a clase con uniforme de trabajo, es decir, con zapato y calcetín negro. Estando en una de las clases de la tarde sonó por la megafonía el toque de Generala, por lo que rápidamente salimos del aula y nos dirigimos a nuestras respectivas camaretas a cambiarnos de uniforme y a coger armamento y equipo de combate con el pensamiento de que sólo formaríamos, se comprobaría el tiempo total empleado para que la unidad estuviera dispuesta, se darían novedades y se romperían filas volviendo a nuestros quehaceres académicos, ya que a primera hora del día siguiente teníamos examen.

Efectivamente, formamos y se dieron novedades, pero no rompimos filas. Nos repartieron raciones de campaña de cena. Ya teníamos claro que nos llevaban al campo y cenaríamos fuera para volver antes del toque de Silencio, pero no; nos llevaron hasta el vértice Pedos, creo recordar, nos establecimos en línea de vigilancia por binomios y nos dispusimos a pasar la noche turnándonos entre los dos componentes del binomio para descansar. La mayoría de nosotros teníamos una única preocupación, que era el examen que teníamos a primera hora de la mañana y que estábamos seguros de que nadie en la AGM se apiadaría de nosotros cambiándolo de fecha a otro día. Sin embargo otros tenían otras preocupaciones, como por ejemplo, haberse puesto las botas con los calcetines negros que llevábamos puestos antes de la Generala, llevar la mochila medio vacía sin saco de dormir o no llevar el chaquetón en ella. Para algunos la noche se hizo muy muy larga por culpa de su ingenua creencia en la benevolencia de los protos. Y, por supuesto, a primera hora estábamos en la Academia dispuestos a hacer el examen.

No cabe duda de que en las academias militares no suele ser buena idea creer que te lo sabes todo, pues siempre hay un proto, o muchos, que rápidamente te tiran por el suelo todas tus esperanzas, tal como me ocurrió a mí en la Academia General Básica de Suboficiales cuando pretendía pasar a formar parte del coro con la única intención de tener posibilidades de salir los fines de semana aunque fuera a cantar por ahí —en esa época no se salía de fin de semana a no ser que fueras Mención Honorífica o Cuadro de Honor, condiciones que no alcancé nunca—. 

Los pretendientes a coristas fuimos convocados en el salón de actos y se nos hizo empezar a cantar una canción militar detrás de otra mientras el Capitán Páter —de los que iban a diario con uniforme de campaña— pasaba fila por fila y alumno por alumnos oyendo sus habilidades musicales. a unos les decía "quédate" y a otros les decía algo así como "lo siento, no vales, gracias". Cuando se plantó delante de mí levantó la vista, me miró a la cara y con la suya muy seria me dijo "¿con esa voz pretendes estar en el coro? Lárgate ahora mismo o te meto un paquete por escaqueado".

Y esto es todo por hoy.


12 noviembre 2023

ANECDOTARIO (II)

Tras terminar de escribir el Anecdotario de la semana pasada, me siguieron viniendo a la cabeza recuerdos de otras situaciones vividas a lo largo de mi ya larga vida militar y me surgió la duda de si realmente todos esos recuerdos podían considerarse anécdotas. De modo que, con la genuina mentalidad militar, me fui a ver qué decía sobre esto el reglamento. El Diccionario de la Real Academia Española dice, entre otras acepciones, que una anécdota es el relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración, ejemplo o entretenimiento. Bueno, espero ir más o menos encaminado y que esté siendo breve y entretenido.

Como decía el domingo pasado, los alumnos en los centros militares siempre dan mucho juego a la hora de generar anécdotas. Uno de estos casos es el que me ocurrió con un alumno que inventó un nuevo método de orientación en el campo. Durante las primeras maniobras de su vida militar (enmarcadas en la Fase de Formación General Militar cuando llevaban alrededor de mes y medio), realizábamos una noche de soledad en la que se daba una zona a cada sección y de ésta se marcaban itinerarios a los pelotones. A lo largo de ese itinerario el sargento iba dejando a cada lado del camino (metidos entre la maleza y las arboledas y a unos 10/20 metros del camino), separados alrededor de 80/100 metros entre sí a todos los alumnos del pelotón de uno en uno. Así pasaban la noche totalmente aislados y por la mañana, a una hora determinada, deberían todos, individualmente, estar de regreso en el vivac. La noche de soledad casi siempre acababa con alguna novedad que se solventaba con la constante vigilancia de los instructores a lo largo de la zona asignada. Era normal el caraja que se perdía, el asustadizo que no pegaba ojo toda la noche o el sobrao que recuperaba el sueño perdido y no abría el ojo hasta que el sol le pegara ya de lleno en la cara o el sargento le diera un suave buenos días al oído.

Pero una de estas noches ocurrió algo diferente, no porque faltara uno por replegarse sobre el vivac, que era lo normal y había que ir a buscarlo, sino por el lugar hacia donde se encaminó. Estábamos en Las Navetas, zona de la Cresta del Gallo (Murcia), y el tío, en vez de aparecer en el vivac apareció en el cuartel (a unos 20 km del campamento). Entre Las Navetas y Javalí Nuevo —recuerdo, Javalí con V— hay zonas pobladas y polígonos industriales por los que, si no conoces bien el camino, puedes dar varios rodeos. Tras volver al vivac en el vehículo que enviamos al cuartel a recogerlo, el tío dijo que se había despistado con el horario porque no llevaba reloj y que empezó a andar para no llegar tarde y que, sin darse cuenta, apareció en el pueblo del Palmar y de ahí ya pues siguió hasta el cuartel. Preguntado sobre cómo supo el camino para llegar al cuartel, dijo que se había orientado ¡por las farolas! Vamos, que el tío no llevaba reloj, pero sí dinero para un taxi.

Vista de Murcia desde la Cresta del Gallo. Como para orientarse por las farolas...

Y es que, claro, entre dormir en el suelo en invierno o echar un par de horas en la cama tras darte una ducha en el cuartel mientras llegan a recogerte, es sólo superable por tener a tu propia madre viviendo contigo en la camareta, como pretendía la madre de una alumna el día de su incorporación. La señora, que acompañó a su hija al cuartel como tantos otros padres a sus hijos, pretendía que se le diera también alojamiento junto a su hija. La señora no atendía a razones. Ella sólo decía que no podía dejar sola a su hija con tanto hombre y que tenía que vivir con ella. Cuando la paciencia se me iba acabando se lo dije al Teniente Coronel quien, con su acertado superior criterio y conociendo mi no muy abundante paciencia, mandó como parlamentaria a la Teniente Médico, quien, tras otro buen rato de charla, consiguió hacer entrar en razón a la señora. La pobre chica lo pasó mal durante su formación por falta de casi todas las aptitudes necesarias, pero en actitud iba sobrada, pues le echó muchos pares de narices hasta conseguir ser Dama Legionaria Paracaidista. Con esa madre, estoy seguro de que su actitud era el seguro para salir de su casa.

En cuanto a actitud he visto varios casos verdaderamente admirables, como el del chico de familia humilde que, sin tener ropa de deporte, llegó a hacer las pruebas físicas de ingreso en vaqueros y zapatos y, encima, hizo un tiempo estupendo en la carrera de los mil metros. Sí, como lo cuento, zapatos; en esa época aún había jóvenes que tenían zapatos y no iban siempre con zapatillas de deporte...

O también positiva era la actitud de aquel alumno negro de mi sección del que destacaban unos dientes muy blancos y que, tras decirle en broma que de noche no abriera la boca para no ser visto por el enemigo, llegó a la siguiente instrucción nocturna con los dientes pintados con rotulador negro. Tardó un par de semanas en volver a tener los dientes blancos. Actitud positiva, pero mal de la pelota.


También recuerdo otra actitud muy echá palante en un alumno durante los prolegómenos del desfile del Día de la Fiesta Nacional en la Castellana. Ese día la BRIPAC desfilaba con dos compañías de la I BPAC y una compañía del BIP. Para conformar la compañía metimos a unos seis o siete alumnos porque no teníamos suficientes cabos y CLPs destinados. Estando en la posición de inicio del desfile, teníamos detrás a la unidad de La Legión, que ese año era la BOEL. Llegó el momento de cánticos y piques y empezamos a oír gritar ¡pistolos! Creyendo que los gritos procedían de los veteranos legionarios amedrentando a nuestros jovencillos alumnos, fuimos los oficiales hacia atrás y comprobamos que uno de los alumnos, precisamente el más bajito y con más cara de niño, se desgañitaba provocando a los veteranos legías de la BOEL y les hacía peinetas con el dedo corazón extendido. Menos mal que el entonces Jefe de la BOEL —y después JEME— se lo estaba tomando a coña y todos allí se reían. 

Sin embargo, también he conocido casos de falta de actitud, como el de la mayoría de los componentes de un ciclo ante el salto de combate. El Curso Básico de Paracaidismo para Tropa consta de seis saltos diurnos sin equipo ni armamento dirigidos por los instructores de la Escuela Militar de Paracaidismo (EMP) de Alcantarilla. Es decir, sólo seis saltos en los que se adquiere la técnica del salto exclusivamente. Como en las unidades de destino lo normal es saltar con equipo y armamento, en el BIP (y UFPAC) organizábamos el denominado 7º Salto antes de enviarlos a sus respectivas unidades, que era un lanzamiento en el que, ya con sus mandos orgánicos y con mochila y armamento, generalmente era seguido por una marcha con la que se iniciaba un ejercicio Alfa de cinco días de la Fase de Formación Específica. Este salto, aunque no tuviéramos abajo al enemigo haciéndonos fuego, era conocido entre los alumnos como salto de combate. Lo de saltar fuera del colchón de la EMP con fusil y mochila con equipo para cinco días, además de ser menos restrictivo el límite de viento asumible al no ser ya alumnos del curso, le quitaba el sueño a más de uno y ese insomnio se contagiaba a veces. Y una de estas veces el contagio fue absoluto. Una pandemia. 

¡A formar la compañía! gritó el cuartelero y ahí sólo salimos los mandos y unos pocos alumnos preparados para bajar andando hasta la EMP (unos 4 km) y empezar unas maniobras con un salto. Recuerden que es un centro de formación y entre la voz del cuartelero y las de los instructores y auxiliares dando voces por la compañía metiendo prisa a los alumnos pasa medio segundo. Esta vez no había nadie por los pasillos; no nos podíamos creer lo que estaba pasando. Los alumnos estaban metidos en los baños o debajo de las camas suplicando por su miedo al terrible salto de combate. Inusualmente el miedo se había extendido del todo porque la tarde antes, en el Mesón de Tropa, unos veteranos CLP,s de la III Bandera Paracaidista habían pasado una alegre tarde riéndose de los alumnos metiéndoles miedo por el salto de combate, del que contaban la cantidad de nuertos que había tenido. Costó sacarlos, pero haciendo gala de una ejemplar psicología militar, lo conseguimos y llegamos a la hora a la EMP. Finalmente los 120 alumnos que componían ese ciclo saltaron sin novedad. Como para no saltar, con el cabreo que teníamos los mandos...


El domingo que viene, más.

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05 noviembre 2023

ANECDOTARIO (I)

El otro día un compañero de promoción me decía que tenía que escribir en El Furriel las vivencias a lo largo de mi vida militar. Le agradezco la confianza que tiene en mí pensando que puedo escribir una entrada en este blog hablando de mi vida militar con un estilo suficientemente interesante como para conseguir mantener el pequeño número de lectores que tengo. Es verdad que mi vida militar no ha sido nada aburrida, al menos para mí, pero ha sido muy similar a la de muchos, por lo que creo que contarla aquí no sería lo suficientemente interesante ni tendría nada curioso que escribir. En este blog me gusta recordar cosas pasadas, explicar el porqué de muchas cosas y, a veces, intentar hacer nacer la curiosidad por cosas que no terminan de hacerse como deberían. De ahí a contar mi vida, pues hay diferencia. 

En lo que sí he pensado un poco es en algunas cosas concretas, anécdotas, que me han ocurrido o que le han ocurrido a otros a mi alrededor. Por eso he decidido contar aquí algunas de las que recuerdo, intentando redactarlas con la suficiente soltura simpática como para no aburrir.

La primera que me vino a la memoria es la que me ocurrió, allá por 1990 o 1991, siendo joven sargento en mi primer destino tras salir de la Academia, el Regimiento de Ingenieros nº 1 del Núcleo de Tropas Divisionario de la División Acorazada "Brunete", que se encontraba en esos años en Colmenar Viejo. Encontrándose mi compañía (la 2ª de Zapadores) de ejercicio Alfa en el Campo de Maniobras de El Palancar (Hoyo de Manzanares), tocaba a mi pelotón dar la seguridad del vivac esa noche. Distribuí la noche por binomios y nos fuimos a dormir después de finalizar la instrucción nocturna. El Palancar es una zona en la que empieza la sierra madrileña en la que abundan los jabalíes, animales que acuden por las noches a cualquier lugar al que el fuerte olor o la basura les atraiga. Al tratarse de una compañía mecanizada —por cierto, la primera en España en tener en dotación los TOA-VCZ— el fuerte olor que desprendía el combustible quemado atraía a la zona de aparcamiento del vivac a los jabalíes. Por la mañana, al grito de Diana, salí de mi tienda de campaña y vi que el binomio que estaba de servicio en ese momento era el que tenía que haber comenzado los turnos a primera hora de la noche. El enfado que me cogí fue tan descomunal (los que me conocen saben cómo me cabreo cuando me cabreo) que los pobres soldaditos de reemplazo no se atrevieron a dar ni la más mínima explicación. A los pocos minutos un cabo me pidió hablar conmigo para explicarme lo que había ocurrido. Los dos zapadores, siendo la primera vez que tenían contacto con un jabalí, se asustaron cuando los vieron aparecer y se subieron encima de un TOA. Tenían tanto miedo que pasó la hora de su turno, la del turno siguiente y la del siguiente sin tener valor a bajarse para despertar a los siguientes binomios que entraban en turno de actividad, de tal manera que se quedaron toda la noche sobre el vehículo esperando a que llegara la hora de gritar ¡Diana!. Se me pasó el enfado, claro está, y el resto del pelotón agradeció que les dejaran dormir las pocas horas que se duerme en maniobras. 


Pensando en otras anécdotas me han llegado a la memoria unas cuantas de mi periodo de instructor en el Batallón de Instrucción Paracaidista (BIP), cambiado el nombre desde 2003 por el de Unidad de Formación Paracaidista (UFPAC). Este periodo —en mis empleos de teniente y de capitán— da mucho juego a la hora de contar anécdotas porque los alumnos, debido principalmente a su falta de experiencia, ocasionan muchas anécdotas y más teniendo en cuenta que los ciclos de incorporación de tres meses se solapaban unos con otros para completar once ciclos al año en los que una sección tenía alrededor de 100 alumnos y la compañía podía llegar perfectamente a tener más de 400 alumnos aspirantes a CLP (Caballero Legionario Paracaidista) de hasta tres ciclos distintos a la vez (unos recién llegados, otros a mitad de formación y otros a punto de terminarla). Este es el motivo de que esta entrada se llame ANECDOTARIO (I), porque creo puede tener miga como para una segunda parte. 

De aquella época recuerdo cuando a Bea la Legionaria —la posteriormente conocida concursante de Gran Hermano 6— le puse, por casualidad, el mote de La 9 mm. Corría el año 1999 cuando, siendo alférez legionario, fui comisionado al BIP para la instrucción de los aspirantes a Caballeros Legionarios cuya formación se realizaba allí en esa época, como la de toda la Tropa profesional de la Fuerza de Acción Rápida (BRILEG, BRIPAC, BRILAT y MOE). Hasta unos años después en que cambió a los centros de selección de las delegaciones de Defensa, se realizaban en los centros de formación las pruebas de selección y era una semana en la que te pululaban por el cuartel muchos civiles que aún estaban en proceso de selección. En la primera noche de uno de aquellos ciclos, encontrándome de Oficial de Cuartel, me dirigí a un grupo de aspirantes que estaban de charla en un jardín junto a la compañía donde estaban alojados advirtiéndoles de que quedaban diez minutos para el toque de Silencio y que en ese momento debían estar en sus respectivas camas. En ese grupo había una chica que parecía llevar la voz cantante en esa reunión y a la que, por lo visto, le hizo gracia la borla de mi chapiri e hizo un par de comentarios pretendiendo hacerse la graciosa. Le dije que el Suboficial de Cuartel saldría a por ellos si no entraban y ella preguntó "¿el Suboficial de Cuartel es el del culito gracioso?". Fui al Suboficial de Cuartel de esa compañía y le advertí del grupo que no tenía pinta de querer observar el toque de Silencio. Literalmente le dije que "hay un grupo de aspirantes con una chica que tiene una cicatriz redonda en la frente que parece un disparo de calibre 9 mm y que parece tener mucho peligro, vete para allá y que se metan en sus camaretas". Al día siguiente ya todos la conocían por la 9 mm. Fue baja, no recuerdo si voluntaria o médica, y volvió un año después, estando yo ya destinado allí, y consiguió terminar su formación e incorporarse a su destino en la BRILEG.


En asunto de exámenes podía uno encontrarse cualquier cosa, como dar por respuesta "José Luis Rodríguez Zapatero" al ser preguntado por el nombre del Jefe de la Brigada Paracaidista o responder “aguantar despierto para que no te pille el Suboficial de Guardia” al ser preguntado por las misiones del Imaginaria. Son cosillas de novato fruto de la inexperiencia y de la inmadurez de algunos, como el caso en que, no sé si por inmadurez o por cara dura, un alumno se pega dos semanas en paradero desconocido, habiéndose elevado el pertinente parte por el delito de abandono de destino, y cuando regresa al cuartel, pisando moqueta en el despacho del capitán, le pregunta con cara de sorpresa y de incredulidad: "¿es que me va a arrestar? 

En cuanto a ausencias del destino de forma injustificada se producían continuamente en aquella unidad de formación de Tropa. Generalmente, hasta el segundo fin de semana en la unidad no se les permitía obtener el pase de pernocta de fin de semana para pernoctar fuera del cuartel. Tanto de teniente a mi sección como luego de capitán a la compañía siempre les decía lo mismo "me da igual cómo volváis el domingo: en tren, en coche, en autobús, en auto-stop, en bici, andando, a caballo o secuestrando un  avión, pero el domingo a Retreta todo el mundo aquí". Y llegó el momento en el que tuve que dejar de decir esa frase, pues alguno se lo tomó demasiado al pie de la letra. 

Después de tantos años aún recuerdo los apellidos de aquél alumno, M.V. El lunes por la mañana me dio novedades el Suboficial de Cuartel de los retrasos a Control Nocturno de la compañía y de la falta del Alumno M.V. Di novedades a mi Teniente Coronel y así nos plantamos en el martes, que M.V. seguía sin aparecer. El Capitán de la S-1 se puso en contacto con su domicilio en Motril (Granada) y su familia nos dijo que había salido hacia Murcia el domingo por la mañana, pero no sabían en qué medio. La situación empezaba ya a preocupar, por lo que la Plana Mayor empezó a hacer gestiones con la Policía y con la Guardia Civil para localizarlo. Alrededor de la hora de la cena del martes me llamó a mi casa el Suboficial de Cuartel diciéndome que M.V. había llegado al cuartel ¡en bicicleta!

Por la mañana llamé a M.V. a mi despacho a que me explicara los sucedido. Resulta que el viernes se fue a Motril con dos veteranos CLPs de la III Bandera Paracaidista, que está ubicada en el mismo cuartel de Javalí Nuevo —sí, es Javalí con V—, pero que yendo hacia allá les avisaron de que tenían el lunes de vidilla, por lo que le dijeron al Alumno M.V. que no volverían el domingo. Nuestro disciplinado y cumplidor aspirante intentó, sin conseguirlo, sacar billete de vuelta en tren y en autobús, por lo que como máximo cumplidor de las órdenes de su capitán se cogió su destartalada y vieja bicicleta y se vino hasta Murcia (más de 300 km), para lo que tardó tres jornadas, le atracaron por el camino, tuvo varios pinchazos, se extravió varias veces y le pusieron una multa cuando circulaba por la autovía para no perderse más. Ni lo arresté, directamente hablé con la Capitán Médico para que le pasaran reconocimiento psicológico extraordinario y finalmente le dieron la baja en el Ejército. Un tío súper disciplinado, pero no estaba muy bien de la azotea. Menos mal que no le dio por secuestrar un avión diciendo que cumplía órdenes de su capitán...


Como decía antes, con los alumnos muy nuevos te encuentras casos de ingenuidad o de inmadurez, pero también casos que le echan morro. Un ejemplo de ingenuidad de una y del morro del otro es el caso de una alumna que pidió destino a La Legión en Almería porque así se lo dijo su novio, que era CLP en la Brigada Paracaidista, aún en Alcalá de Henares en esos años. Resulta que esta chica, no demasiado agraciada físicamente la pobre, tenía a su novio en los Paracas, ella quería también ser paracaidista e irse junto a él a Alcalá. El novio, supongo que temiendo la que se le venía encima, le dijo que no podía entrar directamente a la BRIPAC procedente de civil y que debía estar al menos tres años en La Legión antes de poder pedir destino a una unidad paracaidista. Ella se fue al Centro de Reclutamiento y solicitó todas las plazas legionarias a las que podía acceder con la esperanza de poder irse a Paracaidistas tras los tres reglamentarios años en La Legión. Cuando llegó al BIP  y se dio cuenta de que muchísimos de sus compañeros se iban a poner la boina negra sin necesidad de llevar tres años el chapiri se llevó un tremendo berrinche al sentir que su novio no quería estar con ella y que la había engañado. El problema es que tardó días en darse cuenta y discutía con todo el mundo, compañeros y mandos, cuando intentábamos hacerle entender que no era necesario ser legionaria antes que paracaidista; ella creía que la engañábamos. Por supuesto pidió la baja y se volvió a su pueblo, no sé si pasando antes por Alcalá de Henares a ajustar cuentas... 

Los alumnos, como digo, dan mucho juego en esto de las anécdotas, como el que pidió la baja porque le habían ofrecido un trabajo de actor porno, o el que exigió que se le pusiera una habitación individual o pedía la baja porque en el contrato no decía nada de que tuviera que vivir en una camareta compartida.

Y de más anécdotas de alumnos y de veteranos hablaremos la semana que viene en el ANECDOTARIO (II).