El ya lejano 2 de marzo El Furriel escribió su último artículo. Han pasado más de cuatro meses en los que he estado muy ocupado. Entre la Cuaresma con sus innumerables reuniones y actos de mi cofradía, la vorágine de la Semana Santa cartagenera, las posteriores labores de mantenimiento de infraestructuras en casa, la mudanza y demás trabajos logístico-domésticos, sin olvidar la preocupante situación en la que se encuentra últimamente nuestra queridísima España, no he tenido mucho tiempo para sentarme tranquilamente delante del ordenador y seguir bombardeando con mis pensamientos sobre la Milicia a mis pocos pero leales lectores. Pues bien, amenacé con volver y aquí estoy de nuevo.
Durante este tiempo he pensado mucho sobre cuál sería el asunto del que hablaría aquí cuando volviera. El día a día da para mucho a la hora de recopilar ideas. El problema es que tengo que desechar muchas de esas ideas porque son temas delicados y uno tiene que morderse la lengua... al menos de momento. Al final acabo por volver a lo que inicialmente dio pie al nacimiento del Furriel, como exponía en julio de 2023 en el artículo NACE EL FURRIEL: explicar a los jóvenes militares cosas que ya no se explican en las academias, su porqué, conductas que se han perdido y otra serie de aspectos derivados de la experiencia tras cuarenta años de servicio a España vistiendo el uniforme militar.
Y es, precisamente, el uniforme militar el que ha sido el tema elegido para este regreso. Ya sabe quien me conoce profesionalmente la importancia que siempre le he dado a la uniformidad y por ello, un compañero y, sin embargo, amigo me envió el otro día una foto que sabía que me "encantaría". Tuve que verla con detenimiento varias veces para comprobar que no se trataba de la policía local de un pueblo pequeño ni de una empresa civil; se trataba del programa semanal de una compañía del Ejército Español firmado por su capitán en el que figuraba "revista de traje de gala".
¡¿Traje?! Amosaver, funcionario; un traje es lo que usan los civiles, los militares usamos uniforme. Se llama u-ni-for-me, joé. Es nuestra segunda piel y nuestra seña de identidad ante los ojos de la sociedad a la que servimos. Con tu deficiente forma militar de hablar, vístete con traje —de luces o de lagarterana, lo que prefieras— y deja el uniforme para quienes seguimos sintiéndonos orgullosos de ponérnoslo cada mañana y, aunque llevemos cuarenta años haciéndolo, tememos que llegue el inevitable momento en el que tengamos que colgarlo en el armario y guardarlo como nuestra más preciada reliquia. Si quieres seguir sirviendo a la Patria con las armas, ponte con orgullo un uniforme, no un traje. Si prefieres un traje, en Amazon hay sitio.
Soy consciente de que este capitán no es el único que llama habitualmente traje al uniforme; a mí me duele la boca de decírselo a muchos militares, pero una cosa es decirlo de forma informal y otra muy distinta es plasmarlo en un documento oficial. También soy consciente de que se dice sin saber porque está demasiado generalizado que se deja de usar la tradicional forma de llamar a las cosas sin que nadie lo corrija. Si nadie enseña a los jóvenes, ellos no van a aprender por sí solos el porqué de las cosas.
Aunque no adorna el vestido al pecho, el uniforme es, o debería de ser, una cuestión primordial en cuanto a su carga mística y moral en un ejército que se viste por los pies. No, no se trata de que sea la más primordial de las cuestiones que afectan a los ejércitos, pues no lo es ni de lejos, pero sí de que sea algo lo suficientemente importante como para no dejarlo olvidado nunca, o casi nunca.
Los militares somos un grupo de personas que tenemos vocación de servicio a la Patria y trabajamos para la más alta responsabilidad que puede tener un español: la defensa militar de España. Otros sirven de otra manera —no menos importante en muchos casos— pero nos distinguimos de ellos por el uso de un uniforme militar que es casi nuestra propia piel y nos identifica ante la sociedad a la que servimos. De ahí su importancia. De hecho, son varios los artículos sobre uniformidad en los que he hablado sobre ella.
Todos conocemos los versos de Calderón de la Barca en los que resta importancia a la forma de vestir del soldado.
no es infamia; y si es honrado,
pobre y desnudo un soldado
tiene mayor calidad
que el más galán y lucido;
porque aquí a lo que sospecho,
no adorna el vestido al pecho,
que el pecho adorna al vestido.
Sí, unos bonitos versos muy acertados y llenos de mensaje, pero que en parte pierden su valor cuando se sacan del contexto en el que se escribieron. Calderón escribió esto en el siglo XVII, cuando las tropas no disponían aún de un uniforme que identificara a los ejércitos o a sus unidades. En esa época el soldado español se identificaba por una seña roja —carmesí, más concretamente—, ya fuera un brazalete, una cinta en el sombrero, una faja o una banda, como ya lo escribí en el artículo FAJAS Y BANDAS. Cada uno se vestía con la ropa que tuviera y que, según su poder económico, era más o menos vistosa. Era la época en la que la vestimenta era más cursi, e incluso afeminada, cuanto mayor fuera el estatus social y económico de ese hombre y los ejércitos no fueron ajenos a esas modas. En ese contexto tiene sentido lo escrito por Calderón, pero no se puede justificar la despreocupación por el uniforme con una idea de hace cuatro siglos, cuando éste ni existía.
Tampoco actualmente es infamia la necesidad, pero en este asunto no hay necesidad. El soldado ya no viste como buenamente puede, pues se le proporciona el uniforme y, además, una ayuda mensual para paliar los gastos de vestuario, aunque todo el mundo sabe que nadie, absolutamente nadie, se gasta los casi treinta euros de la nómina mensual en ese concepto.
Tenemos todos claro que en instrucción, maniobras y campaña el uso adecuado y correcto del uniforme pasa a uno de los últimos lugares en las prioridades del soldado, pero no debe pasar al último plano por ser poco importante, sino porque las condiciones de vida no son las adecuadas para tenerlo como si saliera del paquete del AVET. El uniforme, aunque sea en campaña, hay que mantenerlo en las mejores condiciones posibles porque, como ya escribí hace un par de años, la guerra no es miseria.
Llamar traje al uniforme demuestra una carencia total de significado moral para quien así lo nombra. No es de extrañar, por consiguiente, que se vea a militares con las pintas que llevan. Supongo que estamos de acuerdo en que los tallajes del PCAMI están mal, en las de los pantalones sobre todo. Si te llega largo, que es lo habitual, pues le metes dobladillo y listo. Es decir, te preocupas un poco por llevarlo en condiciones. Lo que no es de recibo es que te lleguen unos pantalones que podrían valerle a un tío diez centímetros más alto que tú y te los plantes como si nada pasara. Pues sí pasa, sí; que llevas unas ridículas pintas de Cantinflas.
En resumen, el uniforme es la segunda piel que acogernos los militares cuando ingresamos. El uniforme no es una seña de identidad personal, sino una seña de identidad de la colectividad del Ejército Español, de sus glorias y de los hombres que las consiguieron para España.
El uniforme ha sido la mortaja de muchos héroes, démosle el respeto que se merece.
6 comentarios:
Verdad de Gamal catedral. La frase final lo dice todo. Gracias.
Magnífico
Gracias por estos momentos, enseñarnos y recordarnos lo que somos y lo que significados, me quito el sombrero con su artículo.
Lo de la foto es mortal.
SIEMPRE A LA ORDEN DE USTED.🇪🇦
Totalmente de acuerdo.Las dos últimas líneas,resumen todo.
Gracias Ernesto. Magnifica reflexión. La última frase es literalmente lapidaria: digna de ser labrada en piedra. No obstante, abusando de mi confianza, me voy a atrever a hacer una recomendación: ser seco con quién asume el reto de escribir algo, podría quebrar iniciativas creativas que interesa conocer. Aunque sea por tomarle el pulso al paciente.
Excelente artículo. Y lo principal: que nos hace reflexionar sobre asuntos de nuestra profesión que deberían de estar siempre entre los más importantes y que por la maldita rutina o la vorágine del día a día, relegamos a un segundo plano. Un saludo desde Pontevedra.
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