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Hablar pocas veces de la profesión militar es una de las pruebas de gran desidia e ineptitud para la carrera de las armas. (Del art. 14 de las RR.OO de las FAs)

24 agosto 2025

EL PEPINO

¿Quién no ha oído o dicho alguna vez "pepino" o su derivado "pepinazo" refiriéndose a un proyectil de artillería? Pues la historia, que tantísimas cosas nos enseña, nos explica el porqué de este coloquial nombre que, como en tantas otras ocasiones, se debe a la genuina habilidad del soldado español para poner mote a cualquier cosa.

Durante el siglo XIX se trabajaba en mejorar el sistema de ánima rayada en los cañones, algo medianamente conseguido en la fusilería, pero que en las piezas de artillería seguía dando ciertos problemas, tanto en la cantidad de residuos de pólvora que quedaban en el ánima tras el disparo como por la falta de precisión y bajo alcance de los proyectiles. 

En 1854 el ingeniero inglés Joseph Whitworth trabajó para solucionar estas deficiencias en los cañones de ánima rayada y patentó un sistema mediante el que el proyectil salía del arma girando sobre sí mismo gracias a su desplazamiento a través de un tubo que presentaba la particularidad de presentar una sección hexagonal y donde sus aristas seguían un trazado helicoidal. El proyectil se ajustaba perfectamente a este tipo de ánima ya que se fabricaba con la misma forma hexagonal-helicoidal que el ánima, con lo que se conseguía un giro más homogéneo en su trayectoria que con el sistema de rayado, mejorando su precisión y aumentando su alcance.

En España fue durante la III Guerra Carlista (1872-1876) cuando llegó el ya conocido como cañón Whitworth. Dotarse de artillería moderna y eficaz fue una gran inquietud del Estado Mayor del Ejército Carlista, ejército que contaba con una gran profesionalidad artillera como consecuencia de la presencia en sus filas de muchos oficiales provenientes del disuelto Cuerpo de Artillería en 1873. A propósito, algún día tendrá que escribir El Furriel sobre las disoluciones del Cuerpo de Artillería en España.

Al igual que sucedió con las armas ligeras, la mayoría del material de artillería del Ejército Carlista fue adquirido en el extranjero con fondos de las diputaciones provinciales vascas y navarra y fue el momento en el que llegaron a España los cañones Whitworth de diversos calibres. El número de piezas de artillería de las que disponía fue incrementándose a medida que la guerra avanzaba: en julio de 1873 contaban con 6 cañones y terminada la guerra tenían alrededor de 100, constituyendo más del 60% del total de piezas de artillería. Por lo tanto, si hay un cañón que se pueda considerar como típicamente carlista, es el Whitworth.




Cañón Whitworth de 75 mm. Museo Histórico Militar de Cartagena

La munición de estos cañones, que con terminología culta tenían forma de columna salomónica, tenía para el soldado español una forma mucho más de andar por casa y conociendo su habilidad para poner mote a todo, en España se empezó a conocer al proyectil Whitworth como el pepino, por la forma poligonal que tiene el pepino al quitarle la piel con un cuchillo en sentido longitudinal.

"Pepino" hexagonal de 12 libras Whitworth. Museo Histórico Militar de Cartagena





03 agosto 2025

EL PRÍNCIPE-SOLDADO

 El 28 de mayo de 1977 el actual Rey de España, Su Majestad Felipe VI, fue filiado como soldado del Regimiento de Infantería "Inmemorial del Rey" nº 1, pasando a encabezar la lista de soldados de su primera compañía. Tenía nueve años.


No era un juego de soldaditos ni el capricho de un niño. Era un acto arraigado en la tradición de la monarquía española por el que el heredero de la Corona, el futuro Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas, filiaba en las filas del Ejército Español. Lo hacía como soldado. Un acto de cariño y reconocimiento del Rey a las Fuerzas Armadas y a la tradición.

Una tradición que inició la reina Isabel II en 1862 cuando decidió que su hijo Alfonso —Alfonso XII—fuera nombrado cabo de la Compañía de Granaderos del 1º Batallón del Regimiento de Infantería "Inmemorial del Rey". Este nombramiento se produjo en el contexto de la celebración de la toma de Tetuán por el Ejército Español. Le faltaban dos meses para cumplir los cinco años de edad.

El 14 de junio 1902 Alfonso XIII juraba lealtad a la constitución de 1876 —la que más años he estado en vigor en España— asumiendo la Corona de España y, a continuación, juraba lealtad a España sobre la Bandera entregada ese mismo día por la reina Victoria Eugenia al Inmemorial, regimiento en el que quedaba filiado desde ese momento como soldado de la 1ª Compañía. Acababa de cumplir dieciséis años.

Justo dieciocho años después, el 14 de junio de 1920, el Príncipe de Asturias don Alfonso de Borbón y Battenberg juró Bandera en la Casa de Campo como soldado del Inmemorial. Tenía trece años. Habría reinado como Alfonso XIV si no se hubiera cruzado en su vida una plebeya cubana y, sobre todo, si no se hubiera cruzado en la vida de todos los españoles la II República.

El comandante Franco y otros oficiales se fotografían con el primogénito de Alfonso XIII el día de su Jura de Bandera.

Es decir, durante más de ciento sesenta años, todos los herederos de la Corona de España formaron parte de la Lista de Revista del Regimiento Inmemorial del Rey desde niños antes de iniciar su verdadera formación militar, salvo Juan Carlos I por su especial forma de ser designado heredero por Franco en 1969, cuando ya tenía treintaiún años.  

Una bonita tradición muestra de la vinculación de la Corona con los Ejércitos de España, sin los que la Monarquía no habría existido jamás o, como mínimo, hace siglos que habría pasado a la historia. Aún pareciendo una cuestión totalmente superflua, no lo es. Hay varios ejemplos de miembros de las casas reales con nombramientos de coronel honorario. En España, por ejemplo, la reina Victoria Eugenia fue coronel del Regimiento de Cazadores de Caballería "Victoria Eugenia" y en Gran Bretaña la reina Camila lo es del Regimiento de Lanceros Reales. Pero que el futuro Rey de España formara parte de la tropa de un regimiento como simple soldado en vez de hacerlo como coronel, aunque fuera de forma honorífica, es muestra del máximo reconocimiento de la Corona a esos cientos de miles de jóvenes españoles que tantísima sangre han derramado por todo lo largo ancho de este mundo: nuestros soldados.

Sin embargo, ¿por qué con la princesa Leonor se ha roto esta bonita tradición? Los tiempos cambian, está claro, pero la principal diferencia entre un ejército y un banda de tíos armados más o menos organizados es la esencial importancia que tienen los valores morales, muchos de los cuales se sustentan en la tradición militar.

Cada vez estamos mejor preparados, somos más técnicos, sabemos más idiomas y hacemos muchos seminarios de liderazgo y cursos de igualdad de género en operaciones, pero... ¿y la tradición? No, ni de coña podemos contentarnos con alguna teórica de moral impartida por algún capitán rara avis a su compañía de uvas a peras ni con la lectura de la efeméride diaria en la orden ni con el acto de homenaje a nuestros muertos. La tradición hay que mantenerla y cultivarla, porque hay mucho que aprender de nuestros antepasados. 

Las tradiciones son como el honor para la Guardia Civil: una vez perdidas no se recobran jamás.

Cartilla del Guardia Civil

Este del príncipe-soldado es sólo un ejemplo de la pérdida de tradiciones y, por consiguiente, de la pérdida de identidad. Por desgracia han desaparecido muchas tradiciones cuya pérdida ha causado la ignorancia del porqué de las cosas, lo que lleva irremediablemente a que se hagan mal. 

Necesitamos más que nunca un consejo de ancianos que de vez en cuando ponga un poco de orden en el disparatado camino por el que estamos conduciendo a nuestros ejércitos, tan operativos, tan técnicos y tan modernos, pero que cada vez sabemos menos de dónde venimos y, me temo, a dónde vamos.