Hace unas semanas ya hablé en el artículo QUÉ MÁS DA de que en los ejércitos de España se ha impuesto la dejadez en la conservación de los valores, el error de concepto de cuáles son las obligaciones militares o la normalizada mediocridad de quienes son incapaces de esforzarse por alcanzar la excelencia en todo. Estoy convencido de todo ello.
Esta forma de sucederse las cosas desde hace unos cuantos años, está llegando a un punto que ya me gustaría a mí que fuera el máximo de una función algebraica, pero me temo que no va a ser así. Supongo que esto va en aumento, precisamente, por la dejadez en el interés hacia la conservación de los valores, el error de concepto de cuáles son las obligaciones militares y, sobre todo, por el cada vez más bajo interés del militar actual en conocer el porqué y la esencia de las cosas.
Estamos entrando en lo que yo llamo la globalización castrense, es decir, la tendencia hacia un todos somos iguales que conduce al intercambio de roles entre militares de distintos escalones de la jerarquía, la compartición de responsabilidades —y su exención en algunos casos— y el miedo a ejercer la autoridad sobre un subordinado.
Pues no, no somos todos iguales en el Ejército. Ni somos ni debemos serlo.
Cada militar tiene unos cometidos perfectamente definidos y por eso existe la jerarquía, el mando y, por supuesto, la responsabilidad que conllevan. Estos cometidos vienen definidos, objetivamente, por la preparación de cada uno en base a la formación militar que ha recibido, a pesar de que todos conocemos casos de militares que ejercen muchas más responsabilidades de las que su preparación les permite. Inútiles hay en todos lados y no olvidemos que responsabilidad —no hablo sólo del ejercicio del mando—, todos tenemos la nuestra, cada uno a su nivel, desde soldado a general.
Pero no, no temáis mis pocos pero leales lectores, pues este artículo de hoy no va a ser todo un tocho filosófico pues, como viene a que llevo un tiempo observando que ocurren cosas que no tienen sentido y que van contra la más pura esencia de muchas cuestiones en la Milicia, iré concretando los casos particulares del combate.
Soy un friki de los vídeos sobre cualquier tema militar en YouTube y veo todos los que encuentro aunque para muchos de ellos debería tomarme antes algún protector de estómago y un par de tilas. Hace unos meses vi en uno de ellos una jura de Bandera de tropa en la que los cabos (gastadores, porta banderines, etc) llevaban en el uniforme el distintivo de profesor; el coloquialmente conocido como huevo frito. Mi sorpresa fue tal que rápidamente me cogí toda la normativa en vigor sobre uniformidad para consultarla, sobre todo porque hay una norma sobre distintivos más o menos reciente y podía ser que no la tuviera yo tan controlada como creía. La cosa estaba clara: el distintivo de función de profesor, obviamente, es portado por quien ejerza como tal. ¿Y quién ejerce como profesor? Pues según el Régimen del profesorado de los centros docentes militares el que ocupe un puesto que así esté contemplado en la RPM (Relación de Puestos Militares), debiendo salir así reflejado en la publicación de la vacante de ese puesto.
A continuación me fui a SIPERDEF y comprobé que, como me imaginaba, ninguno de los puestos de tropa de esa unidad era de profesor. Cada vez estaba más convencido de que era un caso clarísimo de globalización castrense y, como dije en el artículo DESMONTANDO MITOS, UNIFORMIDAD, un porque yo lo valgo.
Ya sólo me quedaba preguntar directamente por esta anomalía y así lo hice a un compañero de promoción —y sin embargo amigo— destinado en ese centro de formación. Me dijo que él tampoco entendía que lo llevaran, pero que le habían dicho que se había autorizado a llevarlo a los miembros de tropa que hacían el Curso Básico de Aptitud Pedagógica porque alguien allí había hecho una extraña interpretación de la norma. Con un par...
Amosaver, amosaver, amosaver... ¿Me queréis decir que hay alguien con responsabilidad que cree que un cabo instructor es un profesor porque ha hecho un curso básico de dos semanas? Bueno, supongamos que ese curso ahora es la repera —y no como cuando yo lo hice hace más de veinte años— y ahora te capacita para dar clases en la NASA. ¿Ocupa reglamentariamente un puesto calificado como de profesor? No. ¿Entonces qué carajo hacen con un huevo frito en el uniforme? Hay que tener en cuenta que el artículo 20 de la Ley 39/2007 de la Carrera Militar dice que las tareas docentes serán desempeñadas por oficiales y por suboficiales, pero no por tropa.
Pues bien, esto es lo que yo defino como un claro ejemplo de globalización castrense por el que al final nos creemos que todos somos iguales.
Ocurre lo mismo cuando hablamos de las bodas en las que personal de tropa participa en los arcos de sables a los novios con sables de oficial o suboficial que, naturalmente, han sido prestados por sus propios oficiales o suboficiales, grandes protagonistas de esta funesta globalización castrense. Ya dediqué un artículo a este asunto en ARCOS DE SABLES.
Todo esto es como si yo, cuando sea padrino en las bodas de mis hijas, me pongo la faja de general, porque mola y porque yo lo valgo; a fin de cuentas, por años de servicio podría ser general ya hace tiempo, ¿no?
Pero tenemos más casos de la globalización castrense. Por ejemplo, cuando hace un par de años vi que en las AGBS la Escuadra de Gastadores desfilaba con manoplas, cuando jamás en las academias militares los cadetes y alumnos gastadores habían portado esos elementos. ¿De qué se trataba? ¿De hacer que la escuadra de la AGBS pareciera una escuadra de una unidad normal en vez de la de una academia? ¿O de romper, una vez más, la tradición como ocurre con la ******** boina que han parido para la AGBS para usar en vez de la gorra de plato? Manoplas y boina, dos ejemplos de cómo desvirtuar la categoría de suboficial.
En fin, que podría escribir largo y tendido con más asuntos similares, pero sólo aburrirían, más si cabe, a mis pocos pero leales lectores.
Lo importante es saber por qué ocurre esto y, tras unas cuantas décadas de servicio, tengo claro que al militar actual le cuesta ser tajante a la hora de mantener cada cosa en su sitio. A algunos les cuesta decir "tú ahí y yo aquí, y tan amigos". Algunos no saben ser firmes en el mando manteniendo su cercanía al subordinado ni saben ser graciables sin llegar al colegueo.
Ahora que tanto se habla de liderazgo —se creen que lo acaban de inventar— hay menos líderes que nunca. Y es que mandar es difícil, mandar bien es muy, muy difícil y ser un líder... uf, ser un líder.
Me conformaría con que los jóvenes militares que leyeran esto se comprometieran a acabar, en la medida de sus posibilidades, con esta virulenta globalización castrense.


