10 septiembre 2023

LAS PAEF

Las PAEF... nunca bien definidas y comprendidas. 

Y, sobre todo, nada comprendidas cuando nacieron, allá por finales de los años 70. ¡Ay! Esas antiguas PAEF que cambiaron por otras pruebas con nombre tan antipático como tegecefé -pero la de su nombre es una historia para otro día-.

En aquellos primeros años de las PAEF recuerdo perfectamente lo cabreado que llegaba a casa mi padre por lo escaqueada que era la gente para no hacer las pruebas; para algunos supuso un trauma tener que superar ese nuevo invento de la superioridad que ponía a todos, jefes, oficiales y suboficiales, a la misma altura -en esa época los oficiales se dividían en jefes y oficiales-. Era una época en la que en algunas unidades, demasiadas, no estaba bien visto ver a un mando en pantalón corto porque creían tener reconocido, por naturaleza, un adecuado estado físico de cara al combate. Era la época en la que en algunas unidades, demasiadas, la tropa salía a gimnasia a diario a las órdenes del Sargento de Semana de la compañía, mientras los demás oficiales y suboficiales practicaban su peculiar forma de prepararse físicamente para el combate. En resumen, y sin rodeos, era una época en la que, salvo en honrosas excepciones, no hacía gimnasia ni el Tato.


La forma física del militar de esos años puede que no fuera muy buena, pero lo que no cabe duda es que morro y sentido del humor tenían para regalar. Prueba de ello es un artículo que alguien escribió, con mucha guasa, y que circuló rápidamente por las unidades, a pesar de no existir el Whatsapp. Se hizo tan famoso que llegó a publicarse en la revista Ejército, cuando esa revista era tan entretenida que hasta tenía artículos de humor. Como desde niño siempre he devorado cualquier cosa que caía en mis manos relacionada con lo militar, guardo desde esos años este recorte que transcribo aquí. Trata este simpático escrito de un parte de novedades sobre la ejecución de las PAEF en el Regimiento de Infantería "La Desgracia" nº 13:

REGIMIENTO DE INFANTERÍA "LA DESGRACIA" Nº 13

MANDO

        S/REF. 1313
        Fecha: 13OCT79

        ASUNTO
Dar parte a la Autoridad
de la gran calamidad
ocurrida al Regimiento
al hacer entrenamiento.

        TEXTO:
De acuerdo con lo ordenado
en el escrito citado
arriba en la referencia,
le comunico a Vuecencia
las novedades habidas
en la prueba de atletismo
dirigidas por mí mismo
según normas recibidas
de su Cuartel General
por el conducto habitual.

A las diez de la mañana
del día ya señalado,
todos los mandos formados,
y yo al frente de mi Plana,
emprendimos el camino
hacia un terreno vecino
que reúne condiciones
para hacer exhibiciones
de una manera discreta 
y un poco de tapadillo,
pues no encuentro natural
el que un Jefe u Oficial
se ponga una camiseta,
zapatillas, calzoncillos
y quede con esa ropa 
a la vista de la Tropa.

Por supuesto se cumplió 
a rajatabla la nota
por la cual se me prohibió
hacer deporte en pelota.
 
Aquel día yo mandaba,
si el estadillo no miente,
un alférez, diez tenientes,
veinticuatro capitanes,
un doctor, dos capellanes,
diecinueve comandantes,
un teniente practicante,
seis tenientes coroneles,
además de dos furrieles
que tenían las misiones
de llevar las provisiones, 
el vino y los alimentos,
para mantener contentos 
a todos mis campeones,
pues siempre en mí ha sido norma
que para mantenerse en forma
y llegar a ser atleta,
es cosa muy conveniente
el mantener una dieta
copiosa, pero prudente.

Una vez aleccionados
los mandos ya reseñados,
pusiéronse en movimiento
y fueron entusiasmados
a los puestos señalados
en la Orden del Regimiento.

Un Teniente Coronel
hizo la prueba primera
dando una corta carrera
y luego un salto espantoso
para caer en el foso,
mas falló la puntería
y cayó de una manera
tan mala y poco certera
que de lejos se veía
que aquel salto lastimero
era su salto postrero.

En mi vida militar
yo jamás he visto nada
que se pueda comparar
a la horrible bofetada
que se dio al aterrizar.

¡Cómo sería la cosa
que yo mismo, sin dudar,
hice del foso una fosa
y allí lo mandé enterrar!
A la vez un capellán,
en altar improvisado,
bendijo con gran afán
los restos del desgraciado.

Finalizado el oficio
en honor del jefe aquél,
que, Teniente Coronel,
murió en acto de servicio
al intentar, sin remedio,
saltar tres metros y medio,
hasta mí se me acercaron
sus restantes compañeros 
y de mí solicitaron,
con un gesto noble y fiero,
efectuar lo intentado
por su colega finado.

Lo consideré oportuno, 
mas decisión desgraciada,
pues aquellos camaradas,
uno a uno,
brinco a brinco,
se me escoñaron los cinco
y este ilustre Regimiento,
que data de mil quinientos,
que al turco produjo espanto
en la lucha de Lepanto
y que en el sitio de Breda
ganó múltiples laureles,
en un momento se queda
sin tenientes coroneles.

Al punto los comandantes
dieron un paso adelante,
ofreciendo sus servicios
para cualquier sacrificio.
Mas viendo lo peligroso
que resultaba aquel foso,
ordené rápidamente
hacer la prueba siguiente.

Si la anterior decisión
desgraciada resultó,
no se imagina Vuecencia
el desastre que ocurrió
en la prueba de potencia.

Yo mismo di la salida,
jamás lo hiciera en la vida,
pues a la voz ¡Preparados!
cayeron dos desmayados.
Cuando di la voz de ¡Listos!,
le juro que nunca he visto
una cosa similar 
ya que los actuantes,
todos ellos comandantes,
se pusieron a temblar
y a temblar de una manera
que al oír la voz de ¡Ya!
y comenzar la carrera,
pocos metros más allá
de la línea de partida,
cuatro quedaron sin vida
de una forma fulminante
que resultó acojonante.

Del resto de los atletas
no creo preciso hablar
pues ya podrá imaginar
que ni uno llegó a la meta.

Yo, viendo el desastre aquel,
firmemente reaccioné,
como debe un Coronel,
y escuetamente ordené:
todos los supervivientes
hagan la prueba siguiente.

Esa orden fue fatal,
pues al cabo de un momento,
solo se oían lamentos,
resoplidos angustiosos
y estertores quejumbrosos
dados por el personal
que colgado de un madero,
cual tienda de carnicero,
con las manos desolladas,
las caras desencajadas,
los ojos desorbitados
y el corazón angustiado
querían, con todo empeño,
subir al maldito leño.

Con el peso, finalmente,
la barra, sobrecargada,
cayó al suelo de repente
y la mitad de mi gente
se quedó allí sepultada.

Queriendo finalizar
todo aquello como fuera,
ordené realizar
la prueba que nos quedaba
y allí, de cualquier manera,
todo el personal saltaba
con gran esfuerzo y gran gana
brincaba como una rana
sin dirección ni concierto
ni ninguna autoridad
y el que no quedó allí muerto
fue pura casualidad

¡La que allí se pudo armar!
Se montó tal cipote
que incluso los sacerdotes
se pusieron a saltar.
Los huesos se destrozaban,
las vértebras rechinaban,
mientras que los que saltaban
a los caídos pisaban
a la vez que éstos aullaban,
gritaban y blasfemaban.

Por fin, gracias a Dios,
se acabó aquel victimario
ya que según el horario,
en cuanto dieron las dos,
tocó el corneta fajina.
Los vivos, con disciplina,
dejaron ya de quejarse,
trataron de levantarse,
mas, quitados dos y yo,
ninguno lo consiguió.
Los muertos sí que cumplieron:
ni siquiera se movieron.

Quise los muertos contar,
para poder parte dar,
mas no pude realizar
tarea tan sobrehumana
y lo que hice fue restar
los que en pie se pusieron
de todos los que salieron
del cuartel por la mañana,
y el resultado fue cierto,
pues descontados los muertos,
del alarde deportivo,
sólo quedaban dos vivos
que, llevando al Coronel,
grandes esfuerzos hicieron,
llegando como pudieron
a las puertas del cuartel.

Puede Vuecencia observar
que el parte lo escribo a mano,
el único órgano sano
que he podido conservar.
Y sólo la mano izquierda
pues toda mi anatomía
se ha convertido hoy en día
en una asquerosa mierda.

Tengo un brazo destrozado,
el otro paralizado,
siete costillas partidas,
otras cuatro medio hundidas,
agrandado el esternón,
en una pierna un tirón,
en la otra dos fracturas,
en el brazo una fisura
y desgarrado un riñón.

Por la parte de detrás 
la cosa ha llegado a más
pues sepa, mi General,
que no hay ni una cervical
que se encuentre en buen estado
y que tan solo ha quedado
una vértebra lumbar
que no puede funcionar.

En resumen, Excelencia,
se acabó mi Regimiento
y temo no quede nada 
del resto de la Brigada,
por lo que ruego a vuecencia
dé su consentimiento
y me ordene cómo y cuándo
haré la entrega del Mando,
pues considero enojoso,
de gran responsabilidad
y altamente peligroso
el mandar una unidad
si continúan vigentes
las órdenes concernientes
a las pruebas exigidas,
y deportivas llamadas,
pues parecen calculadas
para futuros suicidas.

Hospital Militar
de la XIII Región Militar.

FIRMADO:
Federico Olabarría
y Pérez de la Lasia,
Coronel de Infantería
caído en acto de gimnasia.


EXCMO. SR. GENERAL JEFE DE DEPORTE Y SUBINSPECTOR ATLÉTICO DE LA XIII REGIÓN MILITAR.



N.del A.: Sé que GIMNASIA no es el término adecuado y los puristas se estarán echando las manos a la cabeza, pero es así como se llamaba en esos años y muchos posteriores. Tan es así, que la Escuela Central de Educación Física se llamó Escuela Central de Gimnasia desde su fundación hasta casi los años 80. El Coronel Moscardó era director de la Escuela de Gimnasia.   












1 comentario:

Gunner dijo...

Lagrimas como puños Sire. Efectivamente fue por el año 1979 cuando el JEME decidió instaurar unas pruebas a imagen y semejanza de otros Ejércitos. Las primeras pruebas consistían en:
- Potencia de tren superior. Flexiones en barra fija
- Potencia de tren inferior. Salto vertical sin carrera
- Capacidad de franqueamiento. Salto de longitud con carrera
- Prueba de velocidad. 60metros
- Resistencia. Marcha libre. 8km recorrido campo
Las pruebas las realizaron voluntariamente todas las unidades del ejercito, siendo el total de participantes 5950.
Yo las pasé por primera vez en 1983.

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